Los cuatro pilares de la Educación
El siglo XXI, que ofrecerá
recursos sin precedentes tanto a la circulación y al
almacenamiento de informaciones como a la comunicación,
planteará a la educación una doble exigencia que, a
primera vista, puede parecer casi contradictoria: la educación
deberá transmitir, masiva y eficazmente, un volumen cada vez
mayor de conocimientos teóricos y técnicos evolutivos,
adaptados a la civilización cognoscitiva, porque son las bases
de las competencias del futuro. Simultáneamente, deberá
hallar y definir orientaciones que permitan no dejarse sumergir por
la corriente de informaciones más o menos efímeras que
invaden los espacios públicos y privados y conservar el rumbo
en proyectos de desarrollo individuales y colectivos. En cierto
sentido, la educación se ve obligada a proporcionar las
cartas náuticas de un mundo complejo y en perpetua agitación
y, al mismo tiempo, la brújula para poder navegar por él.
Con esas
perspectivas se ha vuelto imposible, y hasta inadecuado, responder de
manera puramente cuantitativa a la insaciable demanda de educación,
que entraña un bagaje escolar cada vez más voluminoso.
Es que ya no basta con que cada individuo acumule al comienzo de su
vida una reserva de conocimientos a la que podrá recurrir
después sin límites. Sobre todo, debe estar en
condiciones de aprovechar y utilizar durante toda la vida cada
oportunidad que se le presente de actualizar, profundizar y
enriquecer ese primer saber y de adaptarse a un mundo en permanente
cambio.
Para
cumplir el conjunto de las misiones que les son propias, la educación
debe estructurarse en torno a cuatro aprendizajes fundamentales que
en el transcurso de la vida serán para cada persona, en cierto
sentido, los pilares del conocimiento: aprender a conocer, es decir,
adquirir los instrumentos de la comprensión; aprender a hacer,
para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos,
para participar y cooperar con los demás en todas las
actividades humanas; por ultimo, aprender a ser, un proceso
fundamental que recoge elementos de los tres anteriores. Por
supuesto, estas cuatro vías del saber convergen en una sola,
ya que hay entre ellas múltiples puntos de contacto,
coincidencia e intercambio.
Aprender
para conocer supone, en primer termino, aprender a aprender,
ejercitando la atención, la memoria y el pensamiento. Desde la
infancia, sobre todo en las sociedades dominadas por la imagen
televisiva, el joven debe aprender a concentrar su atención
alas cosas y alas personas. La vertiginosa sucesión de
informaciones en los medios de comunicación y el frecuente
cambio del canal de televisión, atenta contra el proceso de
descubrimiento, que requiere una permanencia y una profundización
de la información captada. Este aprendizaje de la atención
puede adoptar formas diversas y sacar provecho de múltiples
ocasiones de la vida (juegos, visitas a empresas, viajes, trabajos
prácticos, asignaturas científicas, etc.).
El
ejercicio de la memoria, por otra parte, es un antídoto
necesario contra la invasión de las informaciones instantáneas
que difunden los medios de comunicación masiva. Seria
peligroso imaginar que la memoria ha perdido su utilidad debido a la
formidable capacidad de almacenamiento y difusión de datos de
que disponemos en la actualidad. Desde luego, hay que ser selectivos,
en la elección de los datos que aprenderemos “de memoria”,
pero debe cultivarse con esmero la facultad intrínsecamente
humana de memorización asociativa, irreductible a un
automatismo. Todos los especialistas coinciden en afirmar la
necesidad de entrenar la memoria desde la infancia y estiman
inadecuado suprimir de la práctica escolar algunos ejercicios
tradicionales considerados tediosos.
Por
ultimo, el ejercicio del pensamiento, en el que el niño es
iniciado primero por sus padres y más tarde por sus maestros,
debe entrañar una articulación entre lo concreto y lo
abstracto. Asimismo, convendría combinar tanto en la enseñanza
como en la investigación los dos métodos, el deductivo
y el inductivo, a menudo presentados como opuestos. Según las
disciplinas que se enseñen, uno resultará más
pertinente que el otro, pero en la mayoría de los casos la
concatenación del pensamiento requiere combinar ambos.
Aprender a hacer:
Aprender a conocer y aprender a hacer
son, en gran medida, indisociables. Pero lo segundo esta más
estrechamente vinculado a la cuestión de la forma profesional:
¿cómo enseñar al alumno a poner en práctica
sus conocimientos y, al mismo tiempo, como adaptar la enseñanza
al futuro mercado del trabajo, cuya evolución no es totalmente
previsible? La comisión procurara responder en particular a
esta última interrogante.
Al
respecto, corresponde establecer una diferencia entre las economías
industriales, en las que predomina el trabajo asalariado, y las
demás, en las que subsiste todavía de manera
generalizada el trabajo independiente o ajeno al sector estructurado
de la economía. En las sociedades basadas en el salario que se
han desarrollado a lo largo del siglo XX conforme al modelo
industrial, la sustitución del trabajo humano por maquinas
convierte a aquel en algo cada vez más inmaterial y acentúa
el carácter conflictivo de las tareas, incluso la industria,
así como la importancia de los servicios en la actividad
económica. Por lo demás, el futuro de esas economías
esta suspendido a su capacidad de transformar el progreso de los
conocimientos e innovaciones generadoras de nuevos empleos y
empresas. Así pues, ya no puede darse a la expresión
“aprender a hacer” el significado simple que tenia cuando se
trataba de preparar a alguien para una tarea material bien definida,
para que participase en la fabricación de algo. Los
aprendizajes deben, así pues, evolucionar y ya no pueden
considerarse mera transmisión de prácticas más o
menos rutinarias, aunque estos conserven un valor formativo que no
debemos desestimar.
- De la noción de calificación a la de competencia
El dominio de las dimensiones
cognoscitiva e informativa en los sistemas de producción
industrial vuelve algo caduca la noción de calificación
profesional, entre otros en el caso de los operarios y los técnicos,
y tienden a privilegiar la de competencia personal. En efecto, el
progreso técnico modifica de manera ineluctable las
calificaciones que requieren los nuevos procesos de producción.
A las tareas puramente físicas suceden tareas de producción
más intelectuales, más cerebrales como
el mando de maquinas, su mantenimiento y supervisión
y tareas de diseño, estudio y organización, a medida
que las propias maquinas se vuelven más “inteligentes” y
que el trabajo se “desmaterializa”.
Este
incremento general de los niveles de calificación exigidos
tiene varios orígenes. Con respecto a los operarios, la
yuxtaposición de las tareas obligadas y del trabajo
fragmentado sede ante una organización “colectivos de
trabajo” o “grupos de proyecto”, siguiendo las practicas de
las empresas japonesas: una especie de taylorismo al revés;
los desempleados dejan de ser intercambiables y las tareas se
personalizan. Cada vez con mas frecuencia, los empleadores ya no
exigen una calificación determinada, que consideran demasiado
unida todavía a la idea de pericia material, y piden, en
cambio, un conjunto de competencias especificas a cada persona, que
combina la calificación propiamente dicha, adquirida mediante
la formación técnica y profesional, el comportamiento
social, la aptitud para trabajar en equipo, la capacidad de
iniciativa y la de asumir riesgos.
Si ha
estas nuevas exigencias añadimos la de un empeño
personal del trabajador, considerando como agente del cambio, resulta
claro que ciertas cualidades muy subjetivas, innatas o adquiridas que los empresarios denominan a
menudo “saber ser” se
combinan con los conocimientos teóricos y prácticos
para componer las competencias solicitadas; esta situación
ilustra de manera elocuente, como ha destacado la comisión, él
vinculo que la educación debe mantener entre los diversos
aspectos del aprendizaje entre estas cualidades, cobra cada vez mayor
importancia la capacidad de comunicarse y de trabajar con los demás,
de afrontar y solucionar conflictos. El desarrollo de las actividades
de servicios tiende a acentuar esta tendencia.
- La “desmaterialización” del trabajo y las actividades de servicios en el sector asalariado.
Las repercusiones de la
“desmaterialización “de las economías avanzadas en
el aprendizaje se ponen en manifiesto inmediatamente al observar la
evolución cuantitativa y cualitativa de los servicios,
categoría muy diversificada que se define sobre todo por
exclusión, como aquella que agrupa actividades que no son ni
industriales ni agrícolas y que, a pesar de su diversidad,
tienen en común el hecho de no producir ningún bien
material.
Muchos
servicios se definen principalmente en función de la relación
interpersonal que generan. Podemos citar ejemplos tanto en el sector
comercial (peritajes de todo tipo, servicios de supervisión o
de asesoramiento tecnológico, servicios financieros, contables
o administrativos) que proliferan nutriéndose de la creciente
complejidad de las economías, como la del sector no comercial
más tradicional (servicios sociales, de enseñanza, de
sanidad, etc.). En ambos casos, es primordial la actividad de
información y de comunicación; se pone al acento en el
acopio y la elaboración personalizada de informaciones
especificas, destinadas a un proyecto preciso. En ese tipo de
servicios, la calidad de la relación entre el prestatario y el
usuario dependen también en gran medida del segundo. Resulta
entonces comprensible que la tarea de la que se trate ya no pueda
prepararse de la misma manera que si se fuera a trabajar la tierra o
a fabricar una chapa metálica. La relación con la
materia y la técnica debe ser complementada por una aptitud
para las relaciones interpersonales. El desarrollo de los servicios
obliga, pues, a cultivar cualidades humanas que las formaciones
tradicionales no siempre inculcan y que corresponden a la capacidad
de establecer relaciones estables y eficaces entre las personas.
Por
último, es concebible que en las sociedades ultratecnificadas del
futuro la deficiente interacción entre los individuos puede
provocar graves disfunciones, cuyas superación exijan nuevas
calificaciones, basadas mas en el comportamiento que en el bagaje
intelectual, lo que quizá ofrezca posibilidades a las personas
con pocos o sin estudios escolares, pues la institución, el
discernimiento, la capacidad de prever el futuro y de crear un
espíritu de equipo no son cualidades reservadas forzosamente a
los mas diplomados. ¿Cómo y donde enseñar estas
cualidades, innatas? No es tan fácil deducir cuales deben ser
los contenidos de una formación que permita adquirir las
capacidades o aptitudes necesarias. El problema se plantea también
a propósito de la formación profesional en los piases
en desarrollo.
- El trabajo en la economía no estructurada
En las economías en desarrollo
donde la actividad asalariada no predomina, el trabajo es de
naturaleza muy distinta. Hay mucho países de África
subsaarihana y algunos de América latina y Asia solo un
pequeño segmento de la población trabaja el régimen
asalariado y la inmensa mayoría participa en la economía
tradicional de subsistencia. Hablando con propiedad, no existen
ninguna función referencial laboral; los conocimientos
técnicos suelen ser de tipo tradicional. Además, la
función del aprendizaje no se limita al trabajo, si no que
debe satisfacer el objetivo más amplio de una participación
y de desarrollo dentro de los sectores estructurado o no estructurado
de la economía. A menudo, se trata de adquirir a la vez una
calificación social y una formación profesional.
En otros
países en desarrollo hay, además de la agricultura y de
un reducido sector estructurado, un sector económico al mismo
tiempo moderno y no estructurado, a veces bastante dinámico,
formado por actividades artesanales, comerciales y financieras, que
indican que existen posibilidades empresariales perfectamente
adaptadas a las condiciones locales.
En ambos
casos, de los numerosos estudios realizados en países en
desarrollo se desprende que estos consideran que su futuro estará
estrechamente vinculado a la adquisición de la cultura
científica que les permitirá acceder a la tecnología
moderna, sin descuidar por ello las capacidades concretas de
innovación y creación inherentes al contexto local.
Se
plantea entonces una pregunta común a los países,
desarrollados y en desarrollo: ¿Cómo aprender a
comportarse eficazmente en una situación de incertidumbre,
como participar en la creación del futuro?
Aprender a vivir juntos, aprender
a vivir con los demás:
Sin duda, este aprendizaje constituye
una de las principales empresas de la educación contemporánea.
Demasiado a menudo, la violencia que impera en el mundo contradice la
esperanza que algunos habían depositado en el progreso de la
humanidad. La historia humana siempre ha sido conflictiva, pero hay
elementos nuevos que acentúan el riesgo, en particular el
extraordinario potencial de autodestrucción que la humanidad
misma ha creado durante el siglo XX. A través de los medios de
comunicación masiva, la opinión pública se
convierte en observadora impotente, y hasta en rehén, de
quienes generan o mantienen vivos los conflictos. Hasta el momento,
la educación no ha podido hacer mucho para modificar esta
situación. ¿Seria posible concebir una educación
que permitiera evitar los conflictos o solucionarlos de manera
pacifica, fomentando el conocimiento de los demás, de sus
culturas y espiritualidad?
La idea
de enseñar la no-violencia en la escuela es loable, aunque
solo sea un instrumento entre varios para combatir los prejuicios que
llevan al enfrentamiento. Es una tarea ardua, ya que, como es
natural, los seres humanos tienden a valorar en exceso sus cualidades
y las del grupo al que pertenecen y a alimentar prejuicios
desfavorables hacia los demás. La actual atmósfera
competitiva impérate en la actividad económica de cada
nación y, sobre todo a nivel internacional, tiende además
a privilegiar el espíritu de competencia y el éxito
individual. De hacho, esa competencia da lugar a una guerra económica
despiadada y provoca tensiones entre los poseedores y los desposeídos
que fracturan las naciones y el mundo y exacerban las rivalidades
históricas. Es de lamentar que, a veces, a la educación
contribuya a mantener ese clima al interpretar de manera errónea
la idea de emulación.
¿Cómo
mejorar esta situación? La experiencia demuestra que, para
disminuir ese riesgo, no basta con organizar el contacto y la
comunicación entre miembros de grupos diferentes (por ejemplo,
en escuelas a las que concurran niños de varias etnias o
religiones). Por el contrario, si esos grupos compiten unos con otros
o no están en una situación equitativa en el espacio
común, este tipo de contacto puede agravar las tensiones
latentes y degenerar en conflictos. En cambio, si la relación
se establece en un contexto de igualdad y se formulan objetivos y
proyectos comunes, los prejuicios y la hostilidad subyacente pueden
dar lugar a una cooperación más serena e, incluso, a la
amistad.
Parecería
entonces adecuado dar a la educación dos orientaciones
complementarias. En el primer nivel, el descubrimiento gradual del
otro. En el segundo, y durante toda la vida, la participación
en proyectos comunes, un método quizá eficaz para
evitar o resolver los conflictos latentes.
- El descubrimiento del otro
La educación tiene una doble
misión: enseñar la diversidad de la especie humana y
contribuir a una toma de coincidencia de las semejanzas y la
interdependencia entre todos los seres humanos. Desde la primera
infancia, la escuela debe, pues, aprovechar todas las oportunidades
que se presenten para esa doble enseñanza. Algunas disciplinas
se prestan particularmente a hacerlo, como la geografía humana
desde la enseñanza primaria y, más tarde, los idiomas
extranjeros.
El
descubrimiento del otro pasa forzosamente por el descubrimiento de
uno mismo; por consiguiente, para desarrollar en el niño y el
adolescente una visión cabal del mundo la educación,
tanto si la imparte la familia como si la imparte la comunidad o la
escuela, primero debe hacerle descubrir quien es. Solo entonces podrá
realmente ponerse en el lugar de los demás y comprender sus
reacciones. El fomento de esta actitud de empatía en la
escuela era fecundo para los comportamientos sociales a lo largo de
la vida. Así, por ejemplo si se enseña a los jóvenes
adoptar el punto de vista de otros grupos étnicos o
religiosos, se pueden editar incomprensiones generadoras del odio y
violencia en los adultos. Así pues, la enseñanza de la
historia de las religiones o de los usos y costumbre puede servir de
útil referencia para futuros comportamientos por ultimo, la forma misma de la enseñanza no debe oponerse a
este reconocimiento del otro. Los profesores que, a fuerza de
dogmatismo, destruyen la curiosidad o el espíritu crítico
en lugar de despertarlos en sus alumnos, pueden ser más
perjudiciales que benéficos. Al olvidar que son modelos para
los jóvenes, su actitud puede atentar de manera permanente
contra la capacidad de sus alumnos de aceptar la alteridad y hacer
frente a las inevitables tensiones entres seres humanos, grupos y
naciones. El enfrentamiento, mediante el dialogo y el intercambio de
argumentos, será unos de los instrumento necesarios de la
educación del siglo XXI.
- Tender hacia objetivos comunes
Cuando se trabaja mancomunadamente en
proyectos motivadores que permiten escapar a la rutina, disminuyen y
a veces hasta desaparecen las diferencias e
incluso los conflictos entre los
individuos. Esos proyectos que permiten superar los hábitos
individuales y valoran los puntos de convergencia por encima de los
aspectos que se paran, dan origen a un nuevo modo de identificación.
Por ejemplo, gracias a la practica del deporte, ¡cuantas
tensiones entre clases sociales o nacionalidades han acabado por
transformarse en solidaridad, a través de la pugna y la
felicidad del esfuerzo común¡. Así mismo, en el
trabajo, ¡cuantas realizaciones podrían no haberse
concretado si los conflictos habituales de las organizaciones
jerarquizadas no hubieran sido superados por un proyecto de todos¡.
En consecuencia, en sus programas la educación escolar debe
reservar tiempo y ocasiones suficientes para iniciar desde muy
temprano a los jóvenes en proyectos cooperativos, en el marco
de actividades deportivas y culturales y mediante su participación
en actividades sociales: renovación de barrios, ayuda a los
mas desfavorecidos, acción humanitaria servicio de solidaridad
entre las generaciones, etcétera. Las demás
organizaciones educativas y las asociaciones deben tomar el relevo de
la escuela en estas actividades. Además, en la practica
escolar cotidiana, la participación de lo profesores y
alumnos en proyectos comunes pueden engendrar el aprendizaje de un
método de solución de conflictos y ser una referencia
para la vida futura de los jóvenes, enriqueciendo al mismo
tiempo la relación entre educadores y educandos.
Aprender a ser
Desde su primera reunión, la
comisión ha reafirmado enérgicamente un principio
fundamental: la educación debe contribuir al desarrollo global
de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido
estético, responsabilidad individual, espiritualidad. Todos
los seres humanos deben estar en condiciones, en particular gracias a
la educación recibida en su juventud, de dotarse de un
pensamiento autónomo y crítico y de elaborar un juicio
propio, para determinar por sí mismos qué deben hacer
en las diferentes circunstancias de la vida.
El
informe aprende a hacer (1972) manifestaba en su preámbulo el
temor a una deshumanización del mundo vinculada a la evolución
tecnológica.
La evolución general de las sociedades desde entonces y, entre
otras cosas, el formidable poder adquirido por los medios de
comunicación masiva, ha agudizado ese temor y dado más
legitimidad a la advertencia que suscitó. Posiblemente, en el
siglo XXI amplificará estos fenómenos, pero el problema
ya no será tanto preparar a los niños para vivir en
una sociedad determinada sino, m{as bien, dotar a cada cual de
fuerzas y puntos de referencia intelectuales permanentes que le
permitan comprender el mundo que le rodea y comportarse como un
elemento responsable y justo. Más que nunca, la función
esencial de la educación es conferir a todos los seres
humanos la libertad de pensamiento, de juicio, de sentimientos y de
imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la
plenitud y seguir siendo artífices, en la medida de lo
posible, de su destino.
Este
imperativo no es solo de naturaleza individualista: la experiencia
reciente demuestra que lo que pudiera parecer únicamente un
modo de defensa del ser humano frente a un sistema alienante o
percibido como hostil es también, a veces, la mejor
oportunidad de progreso para las sociedades. La diversidad de
personalidades, la autonomía y el espíritu de
iniciativa, incluso el gusto por la provocación son garantes
de la creatividad y la innovación. Para disminuir la violencia
o luchar contra los distintos flagelos que afectan a la sociedad,
métodos inéditos derivados de experiencias sobre el
terreno, han dado prueba de su eficacia.
En un
mundo en permanente cambio uno de cuyos motores principales parece
ser la innovación tanto social como económica, hay que
conceder un lugar especial a la imaginación y a la
creatividad; manifestaciones por excelencia de la libertad humana,
pueden verse amenazadas por cierta normalización de la
conducta individual. El siglo XXI necesitará muy diversos
talentos y personalidades, además de individuos excepcionales,
también esenciales en toda civilización. Por ello,
habrá que ofrecer a niños y jóvenes todas las
oportunidades posibles de descubrimiento y experimentación
estética, artística,
deportiva, científica, cultural y social
que completaran la presentación atractiva de lo que en esos
ámbitos hayan creado las generaciones anteriores o sus
contemporáneos. En la escuela, el arte y la poesía
deberían recuperar un lugar más importante que el que
les concede, en muchos países, una enseñanza interesada
en lo utilitario más que en lo cultural. El afán de
fomentar la imaginación y la creatividad debería
también llevar a revalorar la cultura oral y los conocimientos
extraídos de la experiencia del niño o del adulto.
Así
pues, la Comisión hace plenamente suyo el postulado del
informe aprender a ser “... El desarrollo tiene por objeto el
despliegue completo del hombre en toda su riqueza y en la complejidad
de sus expresiones y de sus compromisos; individuo, miembro de una
familia y de su colectividad, ciudadano y productor, inventor de
técnicas y creador de sueños”. Este desarrollo del
ser humano, que va del nacimiento al fin de la vida, es un proceso
dialéctico que comienza por el conocimiento de sí mismo
y se abre después a las relaciones con los demás. En
este sentido, la educación es ante todo un viaje interior
cuyas etapas corresponden a las de la maduración, constante de
la personalidad. En el caso de una experiencia profesional positiva,
la educación, como medio para alcanzar esa realización,
es, pues, a la vez un proceso extremadamente individualizado y una
estructuración social interactiva.
Huelga
decir que los cuatro pilares de la educación que acabamos de
describir no pueden limitarse a una etapa de la vida o a un solo
lugar. Como veremos en el capitulo siguiente, es necesario replantear
los tiempos y los ámbitos de la educación, y que se
complementen e imbriquen entre si, a fin de que cada persona, durante
toda su vida, pueda aprovechar al máximo un contexto educativo
e constante enriquecimiento.
Pistas y recomendaciones:
- La educación a lo largo de la vida se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser.
- Aprender a conocer, combinando una cultura general suficientemente amplia con la posibilidad de profundizar los conocimientos en un pequeño número de materias. Lo que supone además: aprender a aprender para poder aprovechar las posibilidades que ofrece la educación a lo largo de la vida.
- Aprender a hacer a fin de adquirir no sólo una calificación profesional, más generalmente una competencia que capacite al individuo para hacer frente a gran número de situaciones y a trabajar en equipo. Pero, también, aprender a hacer en el marco de las distintas experiencias sociales o de trabajo que se ofrecen a los jóvenes y adolescentes bien espontáneamente a causa del contexto social o nacional, bien formalmente gracias al desarrollo de la enseñanza por alternancia.
- Aprender a vivir juntos desarrollando la comprensión del otro y la percepción de las formas de interdependencia realizar proyectos comunes y prepararse para tratar los conflictos respetando los valores de pluralismo, comprensión mutua y paz.
- Aprender hacer para que florezca mejor la propia personalidad y se esté en condiciones de obrar con creciente capacidad de autonomía, de juicio y de responsabilidad personal. Con tal fin, no menos preciar en la educación ninguna de las posibilidades de cada individuo: memoria, razonamiento, sentido estético, capacidades físicas, aptitudes para comunicar...
- Mientras los sistemas educativos formales propenden a dar prioridad a la adquisición de conocimientos, en detrimento de otras formas de aprendizaje, importa concebir la educación como un todo. En esa concepción deben buscar inspiración y orientación las reformas educativas, en la elaboración de los programas y en la definición de nuevas políticas pedagógicas.
Fuente: Delors, Jaques (1994): “Los
cuatro pilares de la educación”
en La educación
encierra un tesoro. El Correo de la UNESCO, pp. 91-103.
Agradezco a la profesora Jorgelina Medici que nos hizo conocer estos pilares tan importantes durante la cursada de la materia Pedagogía Social en la carrera Gestión Educativa en la UNO. Gabriela
ResponderEliminarEsta publicación es super interesante!!!! saludosss
ResponderEliminarGracias Mariela por visitar el blog! saludos para vos también!
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